El extraño y alucinado universo de Danny MacGill

diciembre 20, 2008

Relato: Treinta minutos de diciembre

Llaman a mi puerta con dos golpecitos breves. Me levanto de la cama, en la que llevo toda la noche sentado. Antes de abrir miro el reloj. Son las nueve menos cinco.

Abro. Es Wilson. Tiene aspecto de haber dormido profundamente. Sonríe. Cualquiera diría que está alegre.

– Joder, qué mala cara, chaval…

Así es él. «Chaval»… Tiene dos años menos que yo y me trata como si fuese un crío. Qué coño, de no ser por él, no estaríamos aquí. Por él y por Argala. Pero sobre todo por él. Ni se ha gastado las rodilleras, ni ha empalmado un mal cable. Yo he tenido que robar tres coches, y Javi y Chus se han jugado la vida conduciéndolos. Y sin embargo, todos sabemos que él es el único realmente imprescindible.

– Y Javi y Chus? – sé la respuesta, les oí irse hace media hora. Pero necesito hablar de algo, el silencio es demasiado atronador mientras recorremos el pasillo.
– Ya marcharon.
– Coño haber avisado… me hubiera gustado despedirme.
– No seas gilipollas. Los vemos en tres o cuatro horas. Te despides entonces… – Me guiña un ojo. El líder, el incurable optimista. Me pregunto cómo hostias lo hace.

Argala está en la cocina, desyunando sobaos y café con leche. Tiene puesta la radio. Villancicos. La puta madre de los villancicos. Llevo diez días en los que sólo oigo villancicos, en la radio, en la calle, en el Galerías Preciados. Para colmo ayer hubo no sé qué función en los jesuitas. No querías villancicos? Pues te los comes por megafonía. Sólo por dejar de oírlos va a merecer la pena dejar esta mierda de ciudad.

– Te pongo un café?

Wilson me está mirando con la cafetera en la mano. Asiento. Argala se limpia las comisuras con una servilleta. Se sacude algunas miguitas de la pechera. Su rostro está inexpresivo. Como siempre. La última vez que le vi reír teníamos dieciséis años. Y estábamos borrachos. Se pone en pie y habla como suele, sin mover apenas los labios.

– Bueno, pues voy a prepararme. Ahí os dejo.

El café quizá no sea buena idea. Su olor me relaja, pero puede ponerme nervioso y no es lo que necesito. Aunque no estoy nervioso. Eso es lo raro. Simplemente estoy saturado de adrenalina y excitación. Y de culpa. Es curioso cómo alguien a quien no has visto nunca puede causarte tantos problemas de conciencia.

– Eh! Se puede saber qué te pasa? Otra vez con la hija?

Por eso Wilson es necesario. Porque nadie sabe como él enfocar la niebla de las dudas y las inseguridades. Y después disiparlas soplando. Ni siquiera hace falta que me diga nada, sé por qué estamos aquí, sé que esto es necesario. Todo está en su sitio. Contesto con un gesto de cabeza que podría significar cualquier cosa, pero que significa «tranquilo, estoy bien». Y Wilson lo entiende. Lo entiende y bebe café. El silencio vuelve a atronar mientras terminamos.

– Vamos.

Hace frío en la calle. Es diciembre, por la mañana temprano. Y esto es Madrid. El Morris 1300 está en su sitio. Perfecto. Wilson da pequeños saltos son las manos metidas en los bolsillos su chaqueta de lana y juega a dar forma al vaho que se escapa de su boca. Al final él y Argala estarán solos. Como tiene que ser. No sé si darle un abrazo, pero sus brazos pegados a su cuerpo enjuto me disuaden. Un gesto es suficiente. Pero necesito preguntarle algo. Y tiene que ser a él. Porque sé que él tiene la respuesta que necesito.

– Wilson…
– Dime, chaval.
– Cómo crees que nos recordará la Historia?

Su mirada es cómplice pero su eterna sonrisa se hiela.

– La Historia será indulgente con nosotros. Porque seremos los que la escribamos. Anda, que ya son y veinte.

Me doy por satisfecho. Lo estoy, en realidad. Echo a andar por Claudio Coello, giro a la derecha en Maldonado. Entro en el Renault 5, no sin antes ver cómo pasa por delante mía, recorriendo Serrano a bastante veolcidad, una berlina negra, lujosa. Es un Dodge Dart. Precioso coche. Y aunque no la veo, sé cuál es su matrícula. PMM 16416. Inspiro, espiro, inspiro, espiro. Doy el contacto y el R5 arranca como una seda. Buen chico. Para que luego digan que los Renault son fríos. Miro el reloj. Las nueve y veinticinco. Espero que tengas razón, Wilson…

Y entonces… se produce la tragedia.


http://es.wikipedia.org/wiki/Carrero_Blanco#Su_asesinato:_La_.22Operaci.C3.B3n_Ogro.22

Este relato pertenece a “El Club de los Jueves” (18/09/08). Tema propuesto: Libre, pero el relato debe comenzar con «Llaman a mi puerta con dos golpecitos breves…» y terminar con «… y entonces se produce la tragedia».

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